Fin de semana en Tequisquiapan, Querétaro
Disfruta de un excelente fin de semana, alejado del ruido y ajetreo que se vive en las grandes ciudades, en este bello rincón queretano que ofrece paz, buena comida y el mejor clima de la región Centro.
Escápate un fin de semana:
Hacienda Laborcilla
SÁBADO
Esta vez nos la tomamos con calma; nos levantamos tarde y desayunamos en el hotel, pues el plan para el turno matutino es nada más alberca, solecito y terminar con el tal Baudolino, que resultó un fiasco.
Ahora sí, a bañarse y a vestirse, porque vamos a 20 km de Tequis, donde dan visitas guiadas en las que uno aprende los procesos de elaboración del vino. Pasando Ezequiel Montes, a mano derecha y junto a un viñedo de 48 hectáreas hay una construcción frente a la cual ondean las banderas de Cataluña, México y España. Es la sede mexicana de Cavas Freixenet, empresa familiar que se ha dado a la noble tarea de fomentar la cultura del vino abriendo sus puertas a quien quiera degustar, comprar o sencillamente curiosear en sus cavas, a 25 metros bajo tierra.
El tour de las 14 horas, como todos, empieza con la exhibición de un video en el que se ve una colección de brindis champañeros de película, empezando con Bogart en Casablanca. Y es que aunque aquí se hacen también tintos y blancos, la especialidad de la casa son los espumosos, que si se hicieran en cierta región de Francia se podrían llamar champañas. La visita sigue con la explicación del método champenoise en medio de las prensas y los tanques de fermentación y luego nos llevan a las cavas donde el tiempo, la ubicación geográfica, la humedad, el silencio y una mano santa se encargan del resto. La lección –y el proceso– concluyen en donde se plantan corchos y etiquetas invitándonos a las actividades programadas para el resto del año que abarcan gastronomía, exposiciones, conciertos y la vendimia de agosto en la que tenemos la oportunidad de prensar la uva con los pies, aunque “sólo para mantener la tradición porque ese método ya no se usa”, según nos aclaran.
De regreso en el pueblo dejamos nuestras adquisiciones en el hotel y salimos a comer en Capricho´s, que está cruzando la calle, a mano derecha. Bajo el título de comida franco-mexicana, este acogedor lugar nos ofrece exquisiteces que van desde el queso de cabra al hojaldre en salsa de flor de calabaza, hasta las costillas de cordero en salsa de menta y romero.
Paseamos ahora por el Parque La Pila, al norte del pueblo, posiblemente el sitio donde se encuentra el verdadero corazón de Tequisquiapan. Actualmente es un espacioso parque público sembrado de ahuehuetes en el que resuenan las voces de niños corriendo por los jardines. En el siglo XVIaquí estuvo un molino y la pila que le da nombre fue durante muchos años el balneario donde se daban cita los chiquillos (y no tan chiquillos) del lugar. Aquí también resuenan los ecos del descanso y de la fiesta, de palabras de amor susurradas al caer la tarde y de la algarabía que anuncia pleitos y tragedias. Quizá por eso aquí se concentran también las historias de duendes y aparecidos, como ese Juan Pez que nadaba en la pila aunque estuviera seca.
Las siguientes dos horas las dedicamos a la exploración de los alrededores de la Plaza Miguel Hidalgo, región consentida de los paseantes domingueros y, por lo tanto, bien provista de restaurantes y tienditas por donde deambulan tribus familiares en shorts y cuadrillas de adolescentes liberados que dejaron a los papás en el hotel o en casa de los cuates. No faltará, entonces, un lugar donde la señora encuentre un vestidito muy mono o algún adorno para la casa. Yo, por mi parte, sé que voy a quedar muy bien con unos individuales deshilados que conseguí a un lado del Templo de Santa María de la Asunción, hermoso edificio de fachada neoclásica y una singular torre; en la parte superior hay un reloj que data de 1897. Hice mi buena obra comprándoles unas galletas de nata a las monjitas y me meto a un lugar que se llama De Antaño donde pruebo unos sabrosos y un tanto exóticos azucarillos, confites y deshidratados selectos, como ajonjolí garapiñado, yogur en tabletas y mermelada de jamaica; a la salida, voy suficientemente provisto como para empalagar al más goloso. Del breve recorrido, me llama la atención la Ludotienda Garabatos, lugar donde no sólo venden juguetes y libros infantiles, sino que anuncian: “Ve de compras o atiende tus compromisos mientras tus niños juegan”.
Al oriente de la plaza está el Kiosco, que es donde la gente del pueblo se reúne por las tardes a tomar un buen café. A estas horas, al buen café se le suma un ambiente bohemio y música en vivo, que va del rocanrol al jazz, todo enmarcado por una decoración decididamente instalada en la beatlemanía de filiación lenonista. Como debe ser. Ya casi se termina elfin de semana, pero aún nos quedan cosas por hacer el domingo.
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DOMINGO
Para no perder la costumbre, buscamos un lugar en la plaza para el desayuno y escogemos el Restaurante K’puchinos, que abre a las nueve, y es suficiente para comer un plato de frutas y un café acompañado de orden de campechanas y polvorones. Ojo, el desayuno es ligero porque ahora sí vamos a caminar, y en serio.
Bernal está a tan sólo 25 kmal norte de Tequisquiapan. Se llega por Ezequiel Montes, donde se da vuelta hacia la izquierda y se avanza unos cuantos kilómetros más. Conforme nos acercamos, el célebre peñón se hace más impresionante y nos explicamos su fama de ser el tercero más grande del mundo, sólo precedido por el de Gibraltar, en España, y el Pan de Azúcar, en Río de Janeiro. Si ustedes (como su humilde servidor) piensan que no es manda subir hasta la cima, pero no quieren perderse el gusto de mirar el valle desde arriba, les recomiendo que aprovechen antes de que arrecie el sol y agarren camino; a ver hasta dónde llegamos.
Tomamos la calle Corregidora, al cabo de ésta encontramos un estacionamiento y los infaltables puestos de fritangas y recuerdos. Ahí distinguimos tres tipos de personas: unos muy animados, otros con la lengua de pechera y los últimos vendiendo algo a los anteriores. Como somos de los primeros, compramos una botellita de agua e iniciamos el ascenso a la voz de más vale paso que dure…
En el camino encontramos familias, grupos de colegiales e incluso algunos alpinistas profesionalmente equipados. Aunque casi todos hablamos español, la gama de acentos es variada: desde las niñitas que se preguntan en alemán cómo se dice, hasta esos huercos típicamente norteños, pasando por los oriundos de la Madre Patria. Subimos.
Hace un rato me detuve a recobrar el resuello en lo que parece la última sombrita, y aquí abajo los alpinistas decidieron dejar el camino para seguir por una pared gigantesca, casi vertical, en la que unos puntitos que se veían desde abajo van tomando forma humana. Ya puedo captar el pueblo entero de un vistazo. El camino se va desdibujando, y aunque sé que llega hasta la cúspide, el pum-pum en las sienes me hace pensar que cada vez está más empinado; así que me conformo con desearle suerte al pobre gordito que va haciendo hasta lo imposible por caerle bien a su papá; le doy un traguito más al agua y emprendo el camino de regreso, con mis penúltimos vestigios de galanura.
Como decidí echarme en la cabeza lo que me quedaba de agua, irremediablemente regreso a los puestos de fritangas formando parte del segundo grupo, o sea que tomo posesión de la primera silla y la primera cerveza que se me atraviesan. Después de un merecido descanso retomo el camino rumbo al pueblo, pasando por la Capilla de las Ánimas, y llego al centro: una pequeña zona de ocho o diez manzanas en torno al corredor que va del Templo de San Sebastián hasta el mercado. Provisto de un helado encuentro una sombra en el jardín y pregunto por el lugar que me han recomendado para comer.
Hay que decir que esa pequeña zona está ejemplarmente limpia y muy bien conservada en su placidez porfiriana. Además del templo del mártir flechado que data delsiglo XVIII, puede visitarse, en la contraesquina, el Museo de la Máscara, donde más que las máscaras yo les recomiendo que suban al segundo piso y disfruten de una pequeña galería que exhibe unos veinte carteles en los que aparecen otras tantas hermosas reinas de la primavera. El edificio ostenta un reloj antiguo que está fechado en 1900.
En torno de la plaza pueden elegir dónde comprar alguna de las tradicionales piezas talladas en ópalo, y luego pueden irse una cuadra por Hidalgo hasta la fuente, desde donde se tiene una espléndida vista de la Peña de Bernal, el mercado, el hotel y restaurante El Criollo y el propio portal de la esquina.
Para cerrar con broche de oro, propongo ir a comer a una casona que fue construida en 1827, donde estuvo el Mesón de San José y de la que se dice está comunicada por pasadizos subterráneos con el templo de San Sebastián y con otras residencias importantes de aquella época. Sus actuales dueños, descendientes de los fundadores del pueblo, han conservado un ambiente decimonónico respetando su arquitectura y gran cantidad de objetos de su antigua decoración, pero no sólo eso, además, han montado en la parte trasera el acogedor Restaurante El Mezquite donde se sirve sabrosa comida mexicana a la sombra de los árboles y con vista a la peña. Para entrar al restaurante se atraviesa un patio que tiene una fuente al centro lleno de flores y puertas abiertas a las habitaciones de la casa.
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