Historia de la ciudad de Guadalajara (Parte 1)
Las constantes incursiones del conquistador español don Nuño Beltrán de Guzmán hacia las tierras occidentales del país, con el objeto de incrementar su dominio y poder sobre aquellos territorios, dieron como resultado el establecimiento de una nueva provincia que se llamó Reino de la Nueva Galicia.
La región se encontraba habitada por varios grupos indígenas, que asolaban continuamente los asentamientos que los españoles venían fundando en ella. El lugarteniente de Nuño de Guzmán, el capitán Juan B. de Oñate recibió órdenes de pacificar aquellas provincias y de fundar en el sitio llamado Nochistlán la Villa de Guadalajara, hecho que consumó el 5 de enero de 1532. Ante los frecuentes ataques indígenas la ciudad debió trasladarse un año después a Tonalá y posteriormente a Tlacotlán. Un tercer traslado se efectuó para asentar al poblado en el Valle de Atemajac, lugar en el que se fundó definitivamente la ciudad el 14 de febrero de 1542 con la presencia de Cristóbal de Oñate como gobernador de la Nueva Galicia y de don Antonio de Mendoza, entonces virrey de la Nueva España, quienes nombraron a Miguel de Ibarra alcalde mayor y teniente de gobernador.
La ciudad se desarrolló rápidamente y comenzó a competir con la de Compostela (hoy Tepic), que era entonces el asiento de los poderes religiosos y civiles, por lo que los habitantes de Guadalajara ejercieron tal presión sobre las autoridades de la Audiencia, que el rey Felipe II decidió emitir una Cédula fechada el 10 de mayo de 1560 para que se trasladara desde Compostela a Guadalajara, la Catedral, la Audiencia Real y los oficiales de Hacienda.
La estructura urbana se planteó de acuerdo a la de las demás ciudades coloniales, por lo que su traza se desarrolló en forma de tablero de ajedrez a partir de la que fuera la plazuela de San Fernando. Luego se establecieron los barrios de Mexicaltzingo y Analco por fray Antonio de Segovia, y el barrio de Mezquitán, uno de los más antiguos. Se levantaron también las casas de cabildo, frente al actual templo de San Agustín y la primera iglesia parroquial donde se encuentra el Palacio de Justicia.
Hoy día, la magnífica ciudad, prolífica en edificaciones de la Colonia, exhibe un buen número de relevantes ejemplos arquitectónicos, como su Catedral, sitio de obligada visita, construida entre 1561 y 1618 por el arquitecto Martín Casillas. Su estilo se ha catalogado como barroco incipiente. Su sólida estructura se levanta frente a la hoy plaza de Guadalajara, con sus curiosas torres que, aunque no pertenecen al estilo original del edificio, actualmente se les reconoce como símbolo de la capital tapatía. Las torres primitivas fueron destruidas en el siglo XIX por un terremoto, por lo que se le agregaron las que hoy posee. El interior del templo es de estilo semi gótico, incluyendo sus bóvedas que son de lacerías.
Otros recintos religiosos del siglo XVI, son el convento de San Francisco, establecido en 1542 cerca del río, en el barrio de Analco, y destruido casi totalmente en la Reforma. Se conserva su templo, reformado a fines del siglo XVII, con su fachada barroca de modestas líneas salomónicas. El convento de San Agustín, fue fundado en 1573 por Ordenanza Real de Felipe II y actualmente conserva su templo con su fachada de severos trazos herrerianos y su interior con bóvedas nervadas.
Santa María de Gracia, otra de las fundaciones conventuales, fue ocupada por religiosas dominicas provenientes de Puebla, levantada en 1590 frente a la plaza de San Agustín y costeada por Hernán Gómez de la Peña. La construcción llegó a ocupar seis manzanas, aunque hoy sólo persiste su templo, de fachada neoclásica de la segunda mitad del siglo XVIII.
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