La Chaquira en el México indígena
En el México prehispánico existieron pequeñas cuentas del tamaño de la chaquira hechas de diversos materiales: jade, turquesa y pizarra, entre otros, pero no hay indicio de que las mismas fueran aplicadas sobre algún textil.
Las diminutas cuentas arqueológicas que conocemos llegaron, lamentablemente, descontextualizadas a los museos donde hoy se les conserva, por lo que resulta imposible saber su verdadera función; sin embargo, imaginando las múltiples posibilidades de su empleo, casi podríamos asegurar que varias hiladas de ellas servían, de la misma manera que ahora se acostumbra, a guisa de collar.
Se desconoce a partir de cuándo aparece en México la chaquira como elemento de ornamentación en diversas prendas de vestir, como joyería o como complemento decorativo de ciertos objetos ceremoniales que en su conjunto son usuales en algunos grupos étnicos: cucapás, tarahumaras, huicholes, purépechas, mestizos y afromestizos de Ia mixteca de Ia costa; otomís de Tlaxcala y de Ia Sierra Norte de Puebla, kicapus de Coahuila, náhuas de Guerrero, Hidalgo, Puebla, Veracruz y Distrito Federal, asÍ como náhuat de Puebla.
EI caso es que todos estos grupos utilizan desde hace mucho tiempo esas pequeñas cuentas de vidrio para dar un toque distintivo a blusas, tlacoyales, rebozos y servilletas ceremoniales, camisas, calzones, ceñidores, toquillas para el sombrero, así como aretes, collares, pulseras y jícaras para ofrenda, todo un mundo brillante y colorido en el que son inconfundibles, tanto el origen de cada prenda, como Ia técnica empleada en su aplicación.
En México, Ia chaquira se utiliza de acuerdo con cinco técnicas diferentes. La primera es Ia de Ia chaquira cocida, que se aplica también de cinco diferentes maneras: directamente sobre Ia tela, formando hilos que una vez integrados se aplican a Ia prenda, cocidas entre sí a manera de red, pepenado fruncido y pepenado de hilván. Esta última aplicación y sus modalidades representa Ia producción más cuantiosa. Así, Ias prendas más notables de chaquira aplicada directamente a Ia tela están representadas por Ias blusas de Ia mixteca de Ia costa, Ia camisa y Ia blusa de Ia comunidad otomí de San Pablito, Puebla, Ia blusa de Atzacoaloyan, en Guerrero y Ias que se usan tanto en Ia región de Huejutla, en el estado de Hidalgo como Ias de Chahuatlán, al norte de Veracruz.
La prenda más espectacular ornamentada a base de hilos de chaquira con Ios que se forman figuras sobre Ia tela, fue Ia blusa de Chilac, antigua comunidad popoloca deI estado de Puebla.
Por otra parte, Ios canutillos de los tochemites (tlacoyales), así como Ias toquillas para Ios sombreros de Ios otomís de Ia Sierra de Puebla, Ias pulseras, collares y bolsas de Ios huicholes y Ios pectorales de Ias mujeres cucapás de Ia Baja California, son ejemplos deI cocido entre sí a manera de red. Las blusas de Zoatecpan, Huahuaxtla, Xochitlán y Nahuzontla, en Ia Sierra Norte de Puebla, representan Ias modalidades deI pepenado fruncido y deI pepenado de hilván.
Las cuatro técnicas restantes son eI anudado, eI brocado, eI tejido en gancho y Ias chaquiras pegadas sobre una superficie a base de cera de Campeche. En lo que se refiere a Ia técnica deI anudado, los ejemplos más notables los encontramos en los rebozos y en Ias servilIetas ceremoniales que se hacían, tanto en Urichu, como en Pátzcuaro, Michoacán, así como en el espléndido ceñidor que hasta hace unos 30 años Iucían en días de mercado y en ceremonias especiales los hombres de Ia comunidad de San Pablito, ubicada en Ia Sierra Norte deI estado de Puebla.
EI brocado con chaquira es muy raro, se conocen sólo dos ejemplares, pequeños Iienzos -quizá servilletas- procedentes deI estado de Jalisco que fueron elaborados a mediados deI siglo pasado y que hoy se conservan en colecciones particulares. En cuanto aI tejido en gancho con chaquira, tenemos Ias blusas de Nahuzontla en tanto que Ias jícaras que usan Ios huicholes con fines ceremoniaIes están decoradas con chaquira adherida a una capa de cera fresca figurando con Ias pequeñas cuentas algunos elementos de su cosmovisión.
Si hiciéramos un mapa de Ios lugares donde eI trabajo con chaquira es más frecuente, observaríamos que predomina en eI occidente de México: Coahuila, Chihuahua, Baja CaIifornia, Nayarit, Jalisco, Michoacán, Guerrero y Oaxaca. En el altiplano central únicamente se emplea en Ia actualidad en Milpa Alta, en el Distrito Federal, para rematar los tlacoyales que se siguen tejiendo en telar de cintura. En cuanto al valle poblano-tlaxcalteca, Ia chaquira únicamente se trabaja en dos lugares, no así en Ia Sierra Norte de Puebla donde hay por lo menos cinco pueblos en los cuales su uso es particularmente significativo. Por último, en Ia región huasteca únicamente Ia encontramos en dos comunidades pertenecientes una a Hidalgo y otra a Veracruz.
Esta distribución ha Ilevado a plantearnos Ia hipótesis de que Ia chaquira, quizá proveniente de Ia India, fue introducida a Ia Nueva España por el Galeón de Manila y que su uso se difundió gracias a Ias famosas ferias que se efectuaban en Acapulco, Tepic, Saltillo y Xalapa. También es posible que por Veracruz, procedentes de Europa y fabricadas en Checoslovaquia, Austria e ltalia, Ias pequeñas cuentas hubieran Ilegado a nuestro territorio probablemente a mediados deI siglo XVII.
La chaquira ya aparece aplicada durante eI siglo XVIII en ornamentos religiosos bordados con toda seguridad en Ios conventos novohispanos y en aquellas obligadas labores femeninas conocidas con eI nombre de «dechados», de Ios que venturosamente se conservan algunos ejemplares, sobre todo de principios deI siglo XIX. No obstante, en ninguno de Ios dos casos citados parece haber intervenido Ia mano indígena. Si bien es cierto que hubo conventos para indias nobles, si estas hubieran conocido eI uso de Ia chaquira Ia habrían aprovechado para fines del culto, dándole a sus obras un marcado sentido religioso distante de la propia iconografía. En el caso de los “dechados” o muestrarios que conocemos donde se empleó la chaquira, se nota en todos ellos un marcado carácter mestizo.
Es posible que, inicialmente, el empleo de la chaquira haya estado circunscrito a las altas esferas coloniales y que, la observación y eventual aprendizaje de su aplicación por parte de la servidumbre, mayoritariamente indígena, fuera el conducto para Ilegar a Ias comunidades de origen. Lo cierto es que el color y el brillo deI entonces novedoso material llamó poderosamente Ia atención deI indígena que gustoso lo incorporó a su atuendo para su lucimiento personal. Hace algunos anos, en Pátzcuaro, Michoacán, doña Refugio Cerda que estaba «empuntando» con chaquira un magnífico rebozo, hizo el siguiente comentario: «fíjate como brillan Ias cuentitas, se parecen a Ias plumas deI pecho deI colibrí». ¿Acaso Ia chaquira sustituyó a Ia pluma en los textiles purépechas?, esto tal vez nunca lo sabremos aunque sí es evidente el parecido en el brillo de ambos materiales.
Mucho podemos especular sobre el uso de Ia chaquira entre los grupos indígenas de México. El tema amerita una investigación sistemática que hasta la fecha no se ha efectuado. El patrimonio etnográfico se va perdiendo a un ritmo alarmante, además en la medida en que algunas materias primas son cada vez más caras, menos frecuente es su uso. La mayor parte de las prendas que ilustran el presente artículo provienen de las colecciones de Ruth Lechuga y muchas de ellas ya forman parte de la historia de la etnografía nacional.