La extinción de los cactus
Son muchas las especies de cactus que ya no existen en México; otras están por desaparecer.
Al igual que sucede con diversas familias de la flora mexicana, las cactáceas también se extinguen antes de que los científicos las estudien y descubran sus múltiples cualidades; muchas especies han dejado de existir sin que sepamos qué riquezas perdimos con su desaparición. En el caso de los cactus, esto es muy grave, pues se sospecha que su potencial económico, aún poco estudiado, es inmenso.
Se sabe, por ejemplo, que muchas especies son ricas en alcaloides. El peyote contiene no menos de 53 alcaloides -la mezcalina no es sino uno de entre ellos-. Éstos son los resultados de una investigación reciente de la doctora Raquel Mata y el doctor MacLaughling, quienes estudiaron cerca de 150 plantas de esa familia. El potencial farmacéutico de esa especie es evidente.
EL NOPAL, ENEMIGO DE LA DIABETES
Nuestra medicina tradicional recurre con frecuencia a los cactus. Un ejemplo: desde hace siglos, los curanderos aprovechan las cualidades hipoglucemiantes del nopal en el tratamiento de la diabetes; sin embargo, sólo hace muy poco tiempo, gracias a la perseverancia de los investigadores de la Unidad de desarrollo de nuevos medicamentos y medicina tradicional del imss, fue aceptada científicamente esa propiedad del nopal. Desde entonces, el Seguro Social cuenta con un nuevo medicamento, inofensivo, más barato y más eficaz para combatir la diabetes: el jugo de nopal liofilizado, polvo soluble. Otro ejemplo: se cree que algunos órganos de nuestros desiertos sirven para combatir el cáncer; con certeza, ese género de cactus es rico en antibióticos y triterpenos.
¿CACTUS RADIACTIVOS?
En un campo completamente distinto, la doctora Leia Scheinvar, del Laboratorio de cactología de la UNAM, estudia el posible uso de los cactus como bioindicadores de metales en el subsuelo. Es decir, el examen de las formas y coloraciones de los cactus podría señalar el lugar preciso de yacimientos de metales. El origen de esta investigación no deja de ser curioso. La doctora Scheinvar observó necrosis y cambios de coloración especiales en muchos cactus de la Zona del Silencio y de San Luis Potosí, lugares, al parecer, ricos en uranio. Ulteriores conversaciones con investigadores de la República Democrática Alemana, particularmente interesados en el estudio de plantas bioindicadoras de contaminación, la pusieron en esa pista.
El interés económico del nopal es evidente: no se limita a su uso como alimento humano (este recetario incluye no menos de 70 recetas) sino que además como forraje es muy apreciado; ya hemos hablado de algunos de sus usos medicinales; también es la base de champús, cremas y otros cosméticos; es la planta huésped de la cochinilla de la grana, insecto del que se extrae un tinte que tal vez conozca próximamente un nuevo auge…
Toda esta riqueza, desconocida en su mayor parte, se está perdiendo. La situación se vuelve aún más grave si consideramos que México es el mayor centro de diversificación de cactáceas a nivel mundial. Muchos de sus géneros sólo aquí existen, pues aquí viven cerca de 1 000 especies distintas (se calcula que la familia entera consta de 2 000 en todo el continente americano).
LOS «TURISTAS», PEORES QUE LAS CABRAS
La doctora Leia Scheinvar señala tres causas principales de la extinción de los cactus: el pastoreo, principalmente el de cabras, las que, según ella, «deberían ser exterminadas de México; otros animales incluso ayudan a la propagación vegetativa de los cactus: retiran las espinas, comen un poco de la médula y dejan intacto el resto de la planta. De esa herida brota una nueva yema. Los japoneses usan un método similar para la propaga ción de cactus globosos: seccionan la parte superior y la injertan, mientras la parte inferior se multiplica vegetativamente. Las cabras, en cambio, comen la planta desde la raíz».
Otra causa importante son las prácticas agrícolas, principalmente la roza y quema de terrenos vírgenes. Para aminorar los efectos de estas dos fuentes de destrucción, la doctora Scheinvar concibió el proyecto de crear reservas de cactus. Ella propone que se asignen terrenos para la conservación de cactus en zonas estratégicas y que al mismo tiempo «se haga campaña entre los campesinos para que antes de comenzar a limpiar sus terrenos avisen a los encargados de las reservas y puedan ir ellos a recolectar los ejemplares amenazados».
La tercera causa citada por la doctora Scheinvar es menos inocente y por ello más escandalosa: el saqueo.
«Los saqueadores de cactus son una verdadera plaga». Los más dañinos son «ciertos grupos de turistas que vienen de Suiza, Alemania, Japón, California. . . , con un propósito bien definido: recolectar cactus. Esos grupos vienen guiados por personas que traen listas de varias localidades y de las especies que van a encon trar en cada una. El grupo de turistas llega a un sitio y se lleva miles de cactus; parte y llega a otro sitio, donde repite su operación y así sucesivamente. Es una tragedia”.
Manuel Rivas, coleccionista de cactus, nos cuenta que «no hace mucho tiempo detuvieron a un grupo de cactólogos japoneses que venían ya provistos de mapas de las zonas de mayor interés cactológico. Ya habían recolectado un gran número de suculentas en varias localidades del país. Fueron encarcelados y las plantas decomisadas se distribuyeron a distintas instituciones mexicanas». Esas excursiones se organizan en las diversas «sociedades de amigos de los cactus», comunes en Europa.
LA SÉPTIMA PLAGA, NUESTROS «FLORICULTORES»
Otros saqueadores son los comerciantes de flores: van a las zonas donde se dan los cactus con mayor valor comercial y acaban con poblaciones enteras. «En una ocasión -cuenta la doctora Scheinvar-descubrimos cerca de Tolimán, en Querétaro, una planta de una especie muy rara que se creía extinta en el país. Contentos con nuestro hallazgo, lo comentamos con otras personas. Tiempo después, una alumna mía que vive en la región me contó que llegó un camión un día y se llevó todas las plantas. Hice un viaje especial sólo para constatar el hecho y era verdad: no encontramos ni un solo ejemplar”.
Lo único que preserva actualmente a muchas especies de cactus es el aislamiento en el que aún están grandes zonas del país. Debemos reconocer que esta situación también se debe, en mucho, a nuestro desinterés por los cactus. Ciertas variedades mexicanas cuestan más de 100 dólares en el extranjero; los floricultores suelen pagar a 10 dólares el lote de 10 semillas de cactus mexicanos. Pero aquí, tal vez porque estamos acostumbrados a verlos, preferimos, como dice el señor Rivas, «una violeta africana, porque es africana, a criar un cactus”.
Este desinterés se manifiesta abiertamente en los comentarios de algunos visitantes de la colección del señor Rivas: «A menudo las personas que me visitan se asombran de la gran cantidad de cactus que ven aquí y me preguntan por qué guardo tantos nopales. `No son nopales’, les contesto yo, `son plantas de muchos tipos’. `Pues no’, me dicen ellos, `para mí todos son nopales».
MANUEL RIVAS, DEFENSOR DE LOS CACTUS
El señor Manuel Rivas tiene más de 4 000 cactus en el techo de su casa. en la colonia San Ángel Inn. La historia de su colección. una de las más importantes del país, es la de una pasión que dura ya casi 20 años. Su colección sorprende no sólo por su cantidad -incluye, por ejemplo, las dos terceras partes de las especies del géneroMammillaria,que comprende, en total, cerca de 300- sino por el perfecto orden y estado en que se encuentra cada planta, hasta el más pequeño ejemplar. Otros coleccionistas y estudiosos le confían el cuidado de sus ejemplares. En el Jardín Botánico de la UNAM, el señor Rivas pasa dos o tres días cada semana cuidando la casa de sombras del Laboratorio de Cactología.
El mismo nos cuenta la historia de su colección: «En España tenía algunos cactus como plantas raras. Luego vine a México y los encontré en gran cantidad. Adquirí unos cuantos. Al jubilarme aumenté la colección y mandé hacer un invernadero: allí puse más plantas y me dediqué a sembrar. El primer ejemplar de mi colección fue unaOpuntia sp.,que nació accidentalmente en mi jardín. Todavía la conservo, más por razones sentimentales que por otra cosa. El 40 por ciento, aproximadamente, ha sido recolectado por mí; el resto lo he comprado u otros coleccionistas me lo han obsequiado.
«Lo que me atrae de los cactus es su forma, su manera de crecer. Disfruto de ir al campo a buscarlos y de encontrar alguno que no tengo. Eso es lo que pasa con todo coleccionista: siempre busca más, aunque ya no tenga lugar. He traído cactus de Querétaro, Zacatecas, San Luis Potosí, Veracruz, Puebla, Oaxaca… Es más fácil decir de dónde no; no he ido a Tamaulipas, ni a Sonora, ni a Baja California. Creo que ésos son los únicos estados que me faltan de visitar.
«He buscado plantas en Haití, donde solamente encontré una especie, laMammillaria prolifera,y en Perú, de donde también traje una especie deLobiviade las orillas del lago Titicaca. Me he especializado enMammillarias,porque ése es el género más abundante en México. También recolecto de otros géneros, comoCoryphanta, Ferocactus, Echinocactus;casi todo, menosOpuntia. Espero llegar a reunir 300 especies diferentes deMammillaria,lo que significa casi todo el género (se exceptuarán las de Baja California, porque a causa de la altitud de la ciudad de México son muy difíciles de cultivar).
«Prefiero recolectar semillas, porque creo que las plantas nacidas en mi invernadero son más fuertes que las traídas ya grandes del campo. Mientras mayor es la planta, más difícil es que se ambiente en otro lado. En muchas ocasiones recojo semillas; a veces, una o dos plantas. Me gusta salir al campo sólo para admirarlas, pues únicamente recolecto en el caso de no poseer alguna especie, porque no dispongo de espacio donde colocarlas. Conservo una o dos plantas de cada especie».
Una colección botánica tan grande como la del señor Rivas exige muchos cuidados: cada planta debe recibir, por ejemplo, una cantidad determinada de agua; algunas provienen de lugares muy áridos, otras de zonas con mayor humedad. Para regarlas, el coleccionista ocupa un día entero por semana, el mismo tiempo que para fertilizarlas, aunque se hace con menor frecuencia, sólo dos veces al año. Preparar la tierra es todo un proceso que comienza con la búsqueda de tierras en la zona volcánica del Popocatépetl y en la Presa Iturbide, a 60 kilómetros de la ciudad de México. Lo demás, incluyendo la reproducción, concierne ya al arte del coleccionista.
DOS CASOS OPTIMISTAS
Entre las plantas más saqueadas en la actualidad se encuentran laSolicia pectinatay elTurbinicarpas lophophoroides;pero detengámonos en dos casos en los que la tendencia general se invierte. LaMammillaria sanangelensisera muy abundante en los campos de lava del sur de la ciudad de México, de allí su nombre. Para su desgracia, esta planta produce una corona de flores muy hermosas en el mes de diciembre (antiguamente se llamabaMammillaria elegans). Los obreros de una fábrica de papel y otros colonos de la zona la recolectaban para adornar sus nacimientos navideños. Una vez pasadas las fiestas, tiraban la planta. Esa fue una de las causas de su desaparición. La otra fue la urbanización del Pedregal; Mammillaria sanangelensis fue erradicada; sin embargo, el doctor Rublo, del Laboratorio de cactología de la unam, se ha dedicado a reproducir esta planta por medio del curioso sistema del cultivo de tejidos, en el que unas cuantas células dan origen a un nuevo individuo, con características idénticas a las del ejemplar del cual se extraen las células. Actualmente se cuenta con más de 1 200 Mammillaria sanangelensis,que se reinsertarán en su medio ambiente natural.
Hacía tiempo que la Mammillaria herreraera buscada por su valor ornamental, tanto que se le consideraba en peligro de extinción, pues desde que fue descrita no se había vuelto a encontrar. Se conocía porque en los invernaderos europeos -y tal vez en algunas pocas colecciones mexicanas- se conservaban algunos ejemplares, pero se ignoraba cuál era su hábitat. El doctor Meyrán, especialista en cactáceas en vías de extinción y editor de la Revista Mexicana de Cactología, llevaba más de cinco años buscándola. Un grupo de alumnos de la UNAM la encontró en la primavera de 1986. «Los habitantes del lugar nos habían hablado de la planta; la llamaban «bola de hilo». La identificamos en las fotografías. Algunos se ofrecieron a acompañarnos al lugar donde crecía. Después de dos días de búsqueda estábamos ya a punto de darnos por vencidos cuando un niño nos llevó al lugar preciso. Caminamos durante seis horas. Antes habíamos pasado muy cerca del lugar, pero del otro lado de la colina». Vanos ejemplares de esta vistosa planta están bajo el cuidado del Laboratorio de Cactología universitario y se espera reinsertarlos pronto.
Fuente: México desconocido No. 130 / diciembre 1987