Ana María de México, la emperatriz que quedó en el olvido
Antes de Carlota, México ya había tenido una emperatriz. Te contamos la triste historia de Ana María Huarte, emperatriz de México.
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La emperatriz Carlota ha robado los reflectores de la historia imperial de México. Sin embargo, antes de ella México ya había visto una emperatriz consorte: se trata de Ana María, esposa de Agustín de Iturbide.
Bautizada bajo el nombre de Ana María Josefa Ramona Juana Nepomucena Marcelina Huarte y Muñiz, nació en la ciudad de Valladolid (actual Morelia), Michoacán el 18 de enero de 1786. Fue hija del alcalde provincial Isidro Huarte y Arrivillaga y de una noble criolla Ana Manuela Sánchez de Tagle. Perteneció a una de las familias más poderosas de Michoacán, cuya influencia alcanzó los poderes políticos, económico y religioso.
De acuerdo con el historiador José María Navarro Méndez, en sus texto «La mujer del emperador», Ana, del mismo modo que sus hermanas, recibió clases de lectura y tuvo na niñez opulenta. En su casa tuvo a su disposición una gran biblioteca con libros sobre historia vasca, catolicismo y matemáticas, lo cual formó parte del refinamiento de su personalidad. Sumado a lo anterior, recibió una fuerte formación social, ya que asistía con regularidad a las tertulias de formación cristiana, hecho que la involucró con el abolengo de Valladolid. Por otra parte, su familia formaba parte la Sociedad Vascongada de Amigos del País, misma a la que también pertenecían los Iturbide.
Entre 1796 y 1798 ingresó al Colegio de Santa Rosa de Valladolid. Dicha institución tenía por principio preservar las “…Rosas de Castilla, sin mezcla de otras flores, todas españolas…”. La formación del colegio estaba enfocada en el refinamiento intelectual y moral de las mujeres de la burguesía novohispana. Entre las asignaturas se encontraban ética, música, habla y modales. En un segundo plano menos estricto, las niñas recibían clases de matemáticas y lectura.
Ana María y Agustín de Iturbide
Aunque el Colegio de Santa Rosa era de carácter metódico y conservador, las mujeres tenían la posibilidad de lucirse desde el mirador. Según los relatos, Agustín Cosme Damián de Iturbide solía pasear las calles frente al colegio, intentando llamar la atención de las señoritas. Fue así como Ana María y Agustín de Iturbide se conocieron.
Sin oposiciones, pronto los dos jóvenes se comprometieron. Debido a que la familia de Ana María poseía mayor fortuna e influencia, Iturbide se vio ampliamente beneficiado con el himeneo. Finalmente, el 27 de febrero de 1805 la pareja contrajo matrimonio. Ana María de 19 años, y Agustín con 21 años.
Rápidamente la vida de Ana María cambió: el clímax político en gesta haría que su vida acomodada se transformara en una difícil vida de madre. Tan sólo un año después de la boda, nació el primogénito de la pareja. Sin embargo, la vida familiar se vio por primera vez derruida, ya que Iturbide fue enviado por órdenes del virrey a Jalapa. Durante dicho tiempo, las epístolas fueron su único medio de comunicación. Hasta que una dispensa permitió el retorno de Iturbide.
Para pesar de Ana María, los levantamientos armados empezaron a transformar la vida de los novohispanos, generando enfrentamientos fraternales. Debido a la guerra civil dirigida por Hidalgo, la familia Iturbide se trasladó a la Ciudad de México. En ese contexto, la joven noble llevó su segundo embarazo. Por su parte, Agustín de Iturbide combatió a los insurgentes en Maravatío. En su matrimonio, Ana María daría a luz a un total de diez hijos, de los cuales sólo uno murió en la infancia.
Los Iturbide Huarte en declive
En la capital del país, la familia Iturbide Huarte moró en la calle Tiburcio número siete (hoy República de Uruguay). Debido a diversos cargos, la pareja se distanció durante distintas temporadas. Aunque algunos militares como José María Calleja solían acudir a las campañas acompañados por sus esposas, Ana María siempre se mantuvo al margen y en resguardo.
Entre 1815 y 1816 la reputación de la familia Iturbide Huarte decayó debido a las acusaciones de malversación de fondos por parte del michoacano. Sumado a lo anterior, los rumores sobre su relación ilícita con la «Güera» Rodríguez terminaron por hundir moral y económicamente a la familia. Durante el resto de su vida, Huarte viviría bajo la sombra de la infidelidad y constante retiro de su esposo.
Sin embargo, entre 1820 y 1821 la política favoreció nuevamente a la familia. Tras la firma del Tratado de Córdoba que rompía con España, la idea del Imperio Mexicano se comenzaba a fraguar. Para entonces, Agustín de Iturbide lideraba la revolución del Ejército Trigarante. Para concretar los planes de una monarquía, Agustín envió por primera vez a su esposa a Valladolid en una misión diplomática.
En el mes de agosto Ana María Huarte realizó una entrada triunfal a la ciudad de Valladolid. En su tierra natal fue recibida con honores y pomposidad real. Sobre ello se lee en folletería de la época:
«El recibimiento que se le hizo ha sido uno de los espectáculos más lúcidos y pomposos que se haya visto jamás en […] la ciudad de Valladolid [que en] todas [sus] calles estaban sembradas de flores y desde lo alto de los edificios doncellas graciosamente vestidas, representando las garantías, derramaban sobre el carro frescas flores.»
Ana María, primera emperatriz de México
Una vez establecidas las lealtades en Michoacán, el 18 de mayo de 1822 Agustín de Iturbide fue entronizado y Ana María se transformó en emperatriz del Anáhuac. La coronación se llevó a cabo el 2 de julio del mismo año en la Catedral de la Ciudad de México. La pareja imperial se mudó al palacio de los marqueses de San Mateo Valparaíso. Para su manutención se les asignó un millón y medio de pesos, servidumbre, títulos y el cumpleaños de Agustín de Iturbide fue declarado fiesta nacional.
En su discurso el emperador Agustín de Iturbide fue el primero en llamar a la población como mexicanos, dejando atrás gentilicios como americanos, novohispanos, criollos o indios. Legisló con igualdad y sin distinción por casta casi cincuenta años antes que Estados Unidos.
En específico, a la emperatriz Ana María le fue asignada una dama principal, siete damas, nueve damas honorarias y siete damas de cámara. Además de médicos, sirvientas, etcétera. Por su parte, a los príncipes les fueron asignados institutrices y guardianas.
Pese al triunfo político, la pareja imperial se mantenía alejada. Iturbide conservaba su relación con la «Güera» Rodríguez, con quien derrochaba su fortuna. Mientras tanto, la emperatriz vivía en depresión: se refugió junto a sus hijos en un convento y se volvió adicta a los dulces de leche. Como consecuencia, Ana María de México subió de peso drásticamente.
Exilio y regreso a México
El 19 de marzo de 1823 Iturbide abdicó, pese a la distancia, la familia imperial lo acompañó en el exilio en Italia y Londres. Un año más tarde la familia retornó a México. El 16 de julio de 1824 Agustín de Iturbide fue aprehendido y fusilado. Como encargo, Iturbide le pidió a su confesor que le entregara a Ana María su reloj, su rosario y la carta que decía:
«Ana, santa mujer de mi alma:
La legislatura va a cometer en mi persona el crimen más injustificado. Dentro de pocos momentos habré dejado de existir y quiero dejarte en estos renglones para ti y para mis hijos todos mis pensamientos, todos mis afectos. Cuando des a mis hijos el último adiós de su padre, les dirás que muero buscando el bien de mi adorada patria. Huyendo del suelo que nos vio nacer, y donde nos unimos, busca una tierra no proscrita donde puedas educar a nuestros hijos en la religión que profesaron nuestros padres. El señor Lara queda encargado de poner en buenas manos, para que los recibas, mi reloj y mi rosario, única herencia que constituye el recuerdo de tu infortunado.»
La emperatriz tras la muerte de Iturbide
Cuando le fue entregado el cuerpo, Ana María vistió a Iturbide con el hábito de San Francisco y lo enterró. Inmediatamente intentó migrar a Colombia, pero finalmente viajó a Estados Unidos.
Radicó en Filadelfia hasta su muerte. Tras perder la pensión otorgada por México en 1847, la emperatriz acudió al presidente estadounidense James K. Polk. Aunque el mandatario se negó a ayudarla, quedó sorprendido por el grado de refinamiento de la mexicana.
En la pobreza y total abandono familiar, la exemperatriz murió el 21 de marzo de 1861. Fue enterrada en el cementerio de la Iglesia de San Juan Evangelista. En una tumba austera, sólo se grabaron las siglas AMH.
Fuente: José María Navarro Méndez, «La mujer del emperador: Ana María Huarte de Iturbide, una biografía histórica», (tesis de licenciatura), Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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