Bonampak: el arte de la guerra entre los mayas
Los fantásticos murales hallados en el Edificio 1 de esta zona arqueológica de Chiapas permitieron a los expertos reinterpretar la dinámica bélica entre las ciudades-estado mayas. ¡Conoce los detalles de estas investigaciones!
Amanecía el 25 de febrero del 681 de nuestra era cuando Escudo Jaguar 1, sagrado señor de Yaxchilán, habiendo reunido a su ejército, se embarcó en el caudaloso río Usumacinta para encontrarse con el señor de Bonampak; unidos, asaltarían una pequeña ciudad cercana y tomarían prisionero al señor Aj Muhk, con la finalidad de extender su dominio a través del tributo (estela 15).
Doscientos años antes, en Yaxchilán se había dado otro encuentro entre Tatab Tzek’, Señor Árbol, de Yaxchilán, y Wac Tzek’ Yaxún Bahlum, Seis Cráneo Pájaro Jaguar, tal vez el primer gobemante de Bonampak (dintel 49) para establecer un vínculo que duraría mientras existieran sus ciudades.
Múltiples inscripciones jeroglíficas esculpidas en estelas, dinteles y lápidas, que en la actualidad se han podido interpretar revelan que las imponentes ciudades mayas del periodo Clásico, que tenían su ”glifo emblema», distintivo de la ciudad, y su «señor sagrado”, fueron políticamente autónomas, por lo que se les denomina ”ciudades-estado».
Asimismo, las inscripciones jeroglíficas en piedra y estuco que ornamentan los principales edificios expresan que aunque en el Mundo Maya siempre existió la guerra, los actos bélicos entre esas ciudades se incrementaron notablemente en el Clásico tardío (600 a 900 d.C.); por otra parte, hoy sabemos que la guerra no fue común a todas las ciudades; así como hay diferentes estilos artísticos entre las distintas ciudades-estado y las regiones, algunos sitios como Yaxchilán, Bonampak y Toniná muestran en sus relieves e inscripciones numerosas escenas de guerra, mientras que otros parecen haber sido importantes sedes de culto religioso y de una vida cortesana más pacífica, como Palenque, Copán y Tikal. A diferencia de las mexicas, las inscripciones mayas acerca de las guerras, acompañadas de los retratos de los personajes principales, se refieren al conquistador y al conquistado, más que al sometimiento de una región, y parecen haber tenido un carácter temporal, pues una vez satisfecha la necesidad de tributo y de fuerza de trabajo, la ciudad-estado era liberada. Una de las conquistas más notables fue, por ejemplo, la de Palenque, cuando Kan Hok’ Chitam II, Precioso Nudo Pecarí, también conocido como Kan Xul, fue hecho prisionero por el señor de Toniná, quien registró el hecho en un expresivo relieve.
Las finalidades de la guerra fueron, así, conquistar territorios, obtener bienes económicos, como materias primas y tributos, y capturar prisioneros. Los textos indígenas coloniales, como el Rabinal Achí de los quichés y el Memorial de Sololá de los cakchiqueles, relatan múltiples y constantes guerras entre las distintas etnias del periodo Posclásico. El jefe militar se denominaba nacom, y su cargo era limitado a tres años y por elección. Los guerreros, que se pintaban el cuerpo de negro y se arreglaban el cabello para lograr una apariencia espantable, se denominaban holcattes o «valientes»; llevaban corazas acolchadas de algodón, lanzas con punta de pedernal, esrodos y mazas; también empleaban como armas nidos de avispas que lanzaban como catapultas sobre los enemigos.
Una batalla podía empezar con una incursión sorpresiva al campo enemigo para hacer cautivos, pero las guerras más importantes se iniciaban con una gran marcha, portando banderas y dando fuertes alaridos, al toque de instrumentos musicales. Llevaban, asimismo, las imágenes de sus dioses y otras protecciones sobrenaturales. Antes de ir a la guerra hacían diversos ritos propiciatorios y de protección, y durante la batalla ejercitaban actos de magia chamánica, como transformarse en águilas y jaguares. Así lo hicieron el rey Tecún Umán y sus nobles compañeros cuando fueron atacados por las huestes de Pedro de Alvarado, conquistador del gran imperio quiché en 1524.
En el Memorial de Sololá, un escritor cakchiquel que había aprendido de los frailes espafioles el alfabeto latino, dejó constancia escrita de una cruenta batalla contra los qúichés, en la cual éstos fueron derrotados: «Cuando apareció el Sol en el horizonte y cayó su luz sobre la montaña, estallaron los alaridos y gritos de guerra y se desplegaron las banderas, resonaron las grandes flautas, los tambores y las caracolas. Fue verdaderamente terrible cuando llegaron los quichés. Pero con gran rapidez bajaron a rodearlos los cakchiqueles, ocultándose para formar un círculo, y llegando al pie del cerro se acercaron a la orilla del rio, aislando las casas del rio, lo mismo que a los servidores de los reyes Tepepul e Iztayul que iban acompañando al dios. En seguida fue el encuentro. El choque fue verdaderamente terrible. Resonaban los alaridos, los gritos de guerra, las flautas, el redoble de los tambores y las caracolas, mientras los guerreros ejecutaban sus actos de magia. Pronto fueron derrotados los quichés, dejaron de pelear y fueron dispersados, aniquilados y muertos los quichés. No era posible contar los muertos. Como resultado, fueron vencidos y hechos prisioneros y se rindieron los reyes Tepepul e Iztayul, y entregaron a su dios… todos los guerreros fueron aniquilados y ejecutados… Así contaban nuestros padres y abuelos ¡oh, hijos míos!»
Los cautivos eran convertidos en esclavos, pero si eran nobles se destinaban al sacrificio; existia también la costumbre que aparece en muchos pueblos del mundo antiguo de cortar la cabeza al vencido y conservarla como trofeo, lo cual se muestra en el cinturón con cabecitas-trofeo que portan las imágenes de los gobernantes del periodo Clásico.
Otra peculiaridad de la actividad guerrera fue la asociación de los acontecimientos de conquista con los cíclos astrales, particularmente el de Venus, como se observa en el Templo de las Pinturas de Bonampak.
Cielo-Búho (Chan Muan II) de Bonampak, que ascendió al trono en el 776 d.C., después de haber ido a Yaxchilán a pedir el apoyo sagrado del fundador de su linaje, pasó largas horas observando la aparición y el lento descenso de Nohok Ek, la gran estrella vespertina que enviaria su energía sagrada para propiciar la victoria. Su luz en la oscuridad fue el mensaje divino que esperaba para preparar la batalla que someteria a los hombres sublevados, porque el movimiento de los astros en el cielo, su pugna y su victoria sobre las fuerzas oscuras influía mágicamente sobre la lucha de los hombres en la tierra. Después, el gran gobernante de Bonampak ordenó pintar la imagen de la cruenta batalla y la tortura de los prisioneros en el cuarto central de un templo que conmemoraba sus quince años como gobernantede la ciudad; a los lados se representaron las ceremonias realizadas por el éxito de la empresa, con la presencia de su madre, Ah Cul Patah, y su esposa, Yax Tul, de Yaxchilán, así como del heredero al trono; los acompañaban nobles y guerreros, bajo la tutela de los dioses celestes. Ahí quedaron asentadas también otras hazañas guerreras protagonizadas por Chan Muan II en alianza con Pacal Bahlum II (Escudo-Jaguar) de Yaxchilán. La obra fue encomendada al gran artista Och (Tlacuache) y su grupo de pintores.
Otros dos siglos después sobrevendría el abandono paulatino de la ciudad, aliado del de otras grandes urbes como Calakmul y Tikal, que fueron tragadas por la grandiosa selva, pero Cielo-Búho II, su familia, sus ancestros y sus hazañas lograrían la inmortalidad gracias al inigualable arte de los escultores y pintores de Bonampak, que realizaron un magnífico y dinámico documento épico inmortalizado en formas y colores.
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