El rodeo en México
El nerviosismo se palpa. La mano derecha amarrada al pretal, los amarres revisados y el sombrero bien colocado.
Después de algunos minutos de preparación y concentración, la mano izquierda da la señal y las espuelas hacen lo suyo Por ocho segundos la tierra se esparce alrededor y casi novecientos kilos de carne y músculos salen volando mientras se libra la batalla entre el jinete y el toro.
SU HISTORIA EN MÉXICO
El “rodeo estilo americano” (como se le llama) aunque lleva relativamente pocos años de practicarse en nuestro país, ha sido bien asimilado por algunos estados del norte debido a la cercanía y convivencia con la frontera estadunidense.
Todo parece indicar que esta práctica, ahora organizada y reglamentada, tiene su origen en las faenas realizadas en las haciendas de la Nueva España para amansar caballos y arrear el ganado. En el norte del territorio novohispano se construyeron algunos corrales circulares conocidos como “El Rodeo”, donde se realizaban las actividades de doma de los animales, los cuales poseían una salida o “manga” con una trampa para que los animales no pudieran regresar una vez reunidos. Ocasionalmente estas habilidades ganaderas se ejecutaban como muestra de destreza y distracción por los vaqueros con el nombre de jaripeo.
El jaripeo, que se practicaba en gran parte del país, va adquiriendo particularidades regionales, acrecentadas en Texas cuando se separa de México. Con el tiempo, en el país vecino va adoptando características muy locales y algunas de las suertes del jaripeo se ven modificadas. Nace así el rodeo como deporte reglamentado que pronto se extiende por el territorio norteamericano.
Aunque no hay documentos que lo avalen, es posible que a finales de la década de 1960 y a principios de la de 1970 se haya comenzado a promover el “rodeo americano” en el norte de México; sin embargo, se le agregaban algunas características del jaripeo, como la monta de caballo a dos manos.
Durante esos inicios aparecen figuras como George Paul Mayer, mexicano de padres estadunidenses, que llegó a ser campeón mundial, y Arnulfo Flores Lerma, apodado “El Güero Monclova”, quien obtuvo reconocidos triunfos en torneos mexicanos y estadunidenses.
Cabalgando en el desierto coahuilense, los sobrinos de don Arnulfo me contaron cómo, en una ocasión, se comprometió a realizar una monta de exhibición en la Plaza de Toros México sobre un búfalo que trasladó desde el norte del país. Un discípulo de “El Güero Monclova”, Ricardo Castillo, sería de los primeros campeones de rodeo años después, y Marcos Treviño se convertiría en el primer finalista mexicano en el rodeo americano.
Ya en las décadas de 1980 y 1990 algunas empresas realizaron en el centro del país, a manera de espectáculo, varios rodeos, como el muy conocido de media noche en Santa Fe o la Compañía de Rodeos Cuernos Chuecos, que ha llevado a jinetes nacionales y extranjeros por los estados de Querétaro, San Luis Potosí y Coahuila. En los últimos años se han formado asociaciones mexicanas de jinetes de monta, con lo que se ha pretendido regular y profesionalizar esta actividad.
LAS VIVENCIAS EN LA ARENA
Acompañados por “El Chihuahua”, reconocido comentarista, varios jinetes llegan al lienzo donde se efectuará el rodeo del día de hoy. Llevan 17 horas de camino y en su mirada se nota el cansancio, pues algunos de ellos viven de la monta y han viajado por varias ciudades las últimas semanas. Una buena comida, seguida de una siesta, y en poco tiempo se encuentran listos.
Con los primeros espectadores ocupando las gradas, algunos jinetes recorren la arena para conocerla palmo a palmo. Atrás de los cajones se escucha el roce del cuero de las chaparreras y del pretal. La camisa limpia, los pantalones ajustados, el chaleco de protección, las botas con espuelas y la hebilla de plata y oro colocada lo más visible que se pueda. Un pequeño momento de oración y al final se coloca el sombrero. Todo está listo. Los nerviosos toros de la ganadería del jalisciense don Samuel Pedrero son colocados en los cajones de salida. Cada jinete saca un papelito que ha sido depositado en el sombrero de uno de los jueces y se anota el toro y el turno que les corresponde.
“El Chihuahua” nombra a cada vaquero y su procedencia para que pasen al centro de la arena. El lienzo, ahora abarrotado, aplaude a sus favoritos. Con gran devoción se realiza la “oración del jinete” y el espectáculo comienza. Los payasos, algunos de ellos jinetes de monta años atrás, se preparan frente a los cajones de salida esperando hacer lo que saben: salvar vidas. Chuy Bustamante, el más reconocido de los payasos de rodeo e inspiración de una conocida canción, anima al público antes de cada monta, pero sin quitar la mirada del jinete.
El golpeteo de las pezuñas y las espuelas, la tierra por los aires, los gritos y aplausos de los espectadores y el nerviosismo que hace tenso el ambiente se mezclan con la música country. Algunos de los jinetes al momento de montar intentan tranquilizarse abofeteándose a sí mismos. De acuerdo con la lista, el toro que sigue es el “Tololoche”, famoso en el ambiente por su gran tamaño y agresivo carácter. Es el turno de Diego Proto para reivindicarse como campeón; trepa por el cajón y se monta en el animal. Lo que sigue es lo acostumbrado: la salida, violentos reparos, los ocho segundos, un poco de morder tierra y, más tarde… volver a rodar por la carretera con destino al siguiente rodeo.