El Señor de los Rayos, centro de peregrinaje en Temastián, Jalisco
Santuario es el templo, generalmente ubicado en las afueras de una población, en el que se venera a una imagen o una reliquia. El del Señor de los Rayos tiene estas características y atrae multitud de peregrinos, sobre todo del centro de la República Mexicana.
No importa la hora ni el día de la semana. A lo lejos se oye el rumor de un autobús. Los comerciantes, tanto establecidos como ambulantes, se preparan con entusiasmo a tener buenas ventas.
Cuando el vehículo finalmente se estaciona, las personas descienden sin prisa y esperan. En cuanto el último pasajero baja, todos se organizan y empiezan su procesión a una hora predeterminada por ellos mismos.
El desfile comienza con el estandarte al frente. Los feligreses, los músicos y el resto de los participantes, entre cánticos, oraciones y con paso lento, se dirigen a la iglesia. Al cruzar el umbral del atrio se observa un poco de desorden ya que unos van a pie, con reverencia, mientras que otros continúan su marcha de rodillas, hasta llegar al altar.
Se trata de Temastián, un rincón del extremo noreste de Jalisco, en el municipio de Totatiche; lugar de peregrinaje donde se venera al Señor de los Rayos. Hay algunos devotos que prefieren venir en automóvil para una rápida visita, mientras no pocos tardan hasta tres o más días en su travesía a pie desde lugares tan remotos como Valparaíso, en Zacatecas o Aguascalientes.
La historia de Temastián está íntimamente ligada a las de sus pueblos vecinos: Totatiche y Villa Guerrero, ya que los tres fueron erigidos como conventos para evangelizar a los indígenas. Todo por cuenta de frailes franciscanos, allá a finales del lejano siglo XVI. La fundación se hizo tomando como punto de partida a Colotlán, que para entonces ya fungía como centro religioso y «político».
Extrañamente, de los tres pueblos, el que menos ha crecido como tal a través de los siglos es Temastián, si bien fue el único que se convirtió en centro de culto. La historia reciente lo consigna así a partir de 1857, cuando se hicieron las primeras fiestas ya dedicadas al Señor de los Rayos. Sin embargo, de acuerdo a las leyendas, Temastián, que en náhuatl significa «el lugar de los baños» (de temascal, baño y tlan, lugar) era desde tiempos remotos un sitio ritual al que llegaban diferentes tribus una vez al año a venerar a alguna deidad. De hecho, los campesinos del lugar cuentan diferentes versiones, una de ellas, que los indios tenían «un santo» al que visitaban, otros aseguran que en Temastián los antiguos hacían sus «mitotes» para asegurar que hubiera caza y lluvias suficientes.
Posiblemente los frailes franciscanos, al darse cuenta que los nativos frecuentaban este sitio, tal vez en ciertas fechas rituales como solsticios y equinoccios, decidieron levantar ahí el monasterio y, poco a poco, con la conquista espiritual, simplemente cambiaron las fechas rituales y la deidad, dándole continuidad al peregrinaje.
La iglesia de Temastián ha sufrido varias transformaciones, tanto arquitectónicas como decorativas a través de los años. Se cree que la capilla original era muy humilde, que tenía techos de paja. Más tarde, en el siglo XVIII fue construida con mejores materiales, de entonces data su primera torre, la cual permaneció sin cambios hasta el año de 1922, cuando el capellán y benefactor, Pbro. Julián Hernández C se dio a la tarea de levantar un templo que sobresaliera en la región, dedicado al Señor de los Rayos. Los trabajos duraron 12 años, hasta que el día 11 de Enero de 1934, el santuario fue solemnemente bendecido. En 1947 se concluyó la cúpula y poco más tarde la decoración y el embellecimiento de todo el recinto, el atrio y el jardín.
El Santuario del Señor de los Rayos es de cantera blanca, morada y ocre. En primer plano tiene una espaciosa plaza central, separada del atrio por un enverjado de cantera, rematado con pilastras coronadas por almenas.
La fachada frontal de la iglesia es sencilla, con una portada de dos arcos de medio punto. En el centro del arco menor está la puerta de entrada al recinto y sobre él el arco mayor, en cuya parte superior aparece la inscripción: «AGREGADA A LA BASÍLICA LATERANENSE», haciendo alusión a la basílica de San Juan de Letrán, en Roma. En ambos lados de la portada se levantan campanarios simétricos de forma cuadrangular, con ventanales, al cuatro por cada cara, y remates chapitelados.
La cúpula, por su parte, cuenta con un tambor de vitrales, rodeado de columnas de cantera que sostienen un friso terminado con elegantes almenas. El cimborrio está acabado con la tradicional linternilla, con su cupulino que remata en la cruz respectiva.
El interior del santuario es suntuoso, con labrados de filigrana en la cantera. La cúpula corona la nave del templo, dividiéndolo en dos cruceros y presbiterio, para dar la forma de Cruz Latina, propia de las construcciones de la época.
El altar mayor tiene un diseño muy original enmarcado por el retablo compuesto de un ancho círculo de cantera.
El altar en sí es sencillo. Consta de la mesa y dos gradas que llevan al frente el mismo adorno de cornucopias, como se ve en la hornacina del crucifijo. A los dos costados, hay sendos ángeles de mármol en actitud de franca adoración.
En el muro del fondo aparecen dos puertas en forma de abanicos que dan acceso a la sacristía.
Observar a los feligreses en sus actos de piedad constituye todo un acontecimiento. Además, resulta interesante visitar el Salón de los Retablos del santuario, en donde se exhiben auténticas obras de arte realizadas en diversas técnicas: fresco, grabado, lápiz, óleo, pirograbado, etc., y sobre materiales tan variados como lienzo, madera, papel, piedra o vidrio.
Todas estas manifestaciones artísticas fueron concebidas como prueba de agradecimiento a un milagro concedido.
Estas obras son de autores mexicanos y chicanos. Sin duda los retablos más interesantes son los hechos por los “aprendices” quienes, utilizan de una manera muy particular el idioma y la ortografía, como aquel que dice “Doll gracias al Sr. De los Rayos por aberme alibiado a mi hijo de un paralis infantil. Jerez, Zac. Enero de 1959”.
Este salón de los exvotos es también el marco ideal para observar los cambios que han experimentado la vida cotidiana y el arte popular en el país. Por ejemplo, en losa dibujos vemos la variación en las modas, o los medios de transporte utilizados en las diversas épocas de nuestra historia, desde la humilde carreta hasta el avión, pasando por el tren y el autobús.
La fecha más antigua que aparece en un exvoto es febrero de 1891. Las obras de más edad, que se exhiben en un largo muro al cual no le llega la luz del sol que se filtra por las ventanas, están protegidas dentro de una larga “vitrina”, lo que demuestra el deseo de preservarlas y protegerlas por parte de los custodios del santuario.
Además de los exvotos, en el Salón de los Retablos hay carteras, cruces, diplomas, prendas de vestir, trenzas, trofeos, piezas para enyesar piernas y brazos, zapatitos de bebé, etc. Esto nos lleva a la conclusión de que una promesa se hace esperando a cambio un milagro y que a la postre, el objeto de la promesa se transforma en ofrenda. Un ciclo muy interesante en la vida ritual de cualquier lugar de peregrinación, sin importar la nacionalidad o la religión que se profese.
La pregunta flota en el aire ¿porqué se le llama Señor de los Rayos? La respuesta está en las leyendas, de las cuales tal vez la más popular es la que dice que en una ocasión al Cristo crucificado le cayó un rayo que no lo dañó. Hay quienes afirman que hace muchos años, en esa región caían muchos rayos, pero que cuando llegó la imagen del Crucificado, el fenómeno cesó. Dichos relatos son muy variados en su contenido y su desenlace y no faltan aquellos que dan interpretaciones más profundas como la que al Cristo se le llama así por los rayos de luz que iluminan a los creyentes cuando su devoción es auténtica. No faltan los escépticos que aseguran que el sobrenombre se debe a los tres grupos de siete rayos que forman la corona del Cristo.
Ahora bien, los datos históricos y algunas leyendas asentadas en el libro Historia de la Venerable Imagen del Señor de los Rayos, escrito por el canónigo Luis Enrique Orozco, aseguran que originalmente a la imagen se le conocía como El Señor del Rayo hasta que, durante una tempestad que se abatió sobre un grupo de misioneros que estaban impar tiendo la doctrina bajo un mezquite, un rayo cayó sobre la imagen, que no sufrió daño alguno, sólo la cruz, que por cierto se conserva en el altar principal, quedó rajada.
Las fiestas tradicionales se llevan a cabo el jueves de la Ascensión y el 11 de enero. En esas fechas, la multitud es tal que las misas se tienen que celebrar al aire libre, en el atrio, pues el templo no puede dar cabida a tantos feligreses. En esos días abundan los vendedores que ofrecen alimentos, veladoras, artículos religiosos, y una que otra baratija. El resto del tiempo, el santuario es muy tranquilo y el visitante disfrutará de un reverente silencio sólo quebrantado por la campana o el murmullo de alguna plegaria.
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