Espeleología en Guerrero. En las fauces de la tierra - México Desconocido
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Ecoturismo y aventura

Espeleología en Guerrero. En las fauces de la tierra

Guerrero
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Casi todos los rincones de nuestro planeta han sido explorados y conquistados por el hombre: las selvas, los desiertos, los mares, los polos y las montañas. Y para internarnos en este fascinante mundo necesitamos de la espeleología. Pero ¿qué es la espeleología?

A parte de ser un emocionante deporte que requiere de muy buena condición física y técnica para ir sorteando los distintos obstáculos –como descender profundos abismos, rapelear por caudalosas cascadas, bucear en sifones y atravesar por estrechos pasajes y gateras–, es una ciencia, ya que las grutas, los abismos y las cavernas son complicados ecosistemas para cuyo estudio y comprensión es necesario conocer distintas ciencias como la biología, la geología la paleontología y muchas otras.

Preparamos nuestros cascos, lámparas y cuerdas, y nos lanzamos a explorar las interesantes cavernas y ríos subterráneos del estado de Guerrero. Nos dirigimos hacia las grutas de Cacahuamilpa y dejamos los vehículos en el pequeño pueblo de El Crucero donde dio inicio nuestra expedición.

Nuestro primer objetivo fue la cueva de Agua Brava de los Tres Cochinitos. Esta caverna es muy interesante por su configuración geológica, ya que millones de años de erosión y filtraciones en el interior han formado un gran lodazal.

Rodeados de algunos murciélagos iniciamos nuestro viaje a las profundidades de la tierra. La escasa luz que entraba del exterior poco a poco se fue extinguiendo mientras avanzábamos por el suelo arcilloso. La primera parte de la cueva es conocida como Agua Brava ya que en tiempo de lluvias se inunda y sale un gran chorro de agua.

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Mis amigos, que era la primera vez que entraban a dicha cueva, exclamaron: “¿la entrada es por ese agujero?”, “sí, por ahí es”.

El techo de la caverna casi se junta con el suelo y hay que arrastrarse como gusano; una vez superado este primer obstáculo, empezamos a caminar con mucha dificultad por un verdadero lodazal en el que es imposible permanecer limpio. Subíamos y bajábamos por los túneles de la caverna, en ocasiones a gatas y a veces por estrechos pasajes con el agua hasta el cuello. Tomar una fotografía en este lugar es una verdadera proeza; hay que llevar una buena cantidad de trapos para limpiarse las manos y aún así las cámaras salen llenas de lodo.

Las sorpresas y la belleza de la cueva aumentaba conforme avanzábamos. De pronto llegamos hasta una gran bóveda en cuyo fondo hay un estanque bellísimo de agua cristalina. Sin perder tiempo subimos a lo alto de las paredes para resbalar por el lodazal, hasta caer en la fresca agua del lago. Hasta este punto habíamos recorrido 500 m. Después de un buen rato de descanso atravesamos el estanque y nos internamos en un complicado laberinto de túneles que conectan con otras galerías en las que encontramos hermosas formaciones calcáreas.

Después de cinco horas de jugar como niños en aquel gran lodazal, regresamos al reino de la luz para continuar nuestra expedición caminado entre los cerros rumbo a la entrada del río subterráneo Chontalcoatlán.

Conforme nos acercábamos, el ruido del río se hacía más fuerte. Casi al anochecer, llegamos a un pequeño barranco donde tuvimos que rapelear por una gran pared hasta la orilla del río, adonde tomamos un baño de agua helada y establecimos nuestro campamento al aire libre en uno de los lugares más bellos del mundo: la enorme garganta del río subterráneo Chontalcoatlán.

En la mañana nos despertó el canto de las golondrinas que entraban y salían de la caverna, y mientras tomábamos un energético desayuno, nos deleitamos contemplando aquel majestuoso escenario formado por millones de años de erosión.

Levantamos nuestro campamento e iniciamos la caminata por las entrañas de la tierra. El sonido del agua era ensordecedor; subimos y bajamos por las grandes rocas, luchando constantemente contra la fuerte corriente del río que en más de una ocasión nos derribó. La negrura de las bóvedas es impresionante, las luces de nuestras lámparas apenas alcanzan para iluminar nuestro camino entre las bellas formaciones calcárreas. Blancas cascadas de piedra y estanques de todos tamaños aparecían ante nuestros ojos.

Después de tres horas y media apareció una gigantesca entrada de luz, conocida como La Claraboya. Es en este lugar donde las bóvedas alcanzan su mayor altura, 100 m aproximadamente. Si se desea, aquí se puede concluir la excursión pero si no, se puede continuar caminando debajo de la tierra. El segundo tramo es igualmente bello y más emocionante ya que hay lugares en los que se tiene que nadar.

Después de 6 km y seis horas salimos de la noche eterna a un lugar conocido como Dos Bocas, nombre que se debe a que por ahí salen las aguas de dos ríos subterráneos, el Chontalcoatlán y el San Jerónimo, para formar el río Amacuzac.

Por si fuera poco lo que habíamos caminado, tuvimos que subir el cerro hasta el estacionamiento de las grutas de Cacahuamilpa y el pueblo de El Crucero en donde nos quitamos la ropa mojada y descansamos satisfechos de haber conocido los secretos de las profundidades de la tierra.

autor Fotógrafo especializado en deportes de aventura. ¡Ha trabajado para MD desde hace más de 10 años!
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