Jumiles, insectos comestibles de Taxco que se cree vienen del inframundo
Los jumiles son comidos pero sobre todo venerados en Taxco, pues se cree que son familiares difuntos que vienen de visita.
Cuando la noche me agarró en Taxco, me quedé en un hotel barato con una especie de chinche grande dibujada en la entrada, tras lo cual pensé que los propietarios no pudieron haber elegido insecto de peor reputación como emblema de su alojamiento; luego me enteré que aquello no era propiamente una chinche sino más bien su primo vegetariano: un jumil, emblema de esta región de Guerrero.
Jumiles en Morelos
Recordé entonces que no era la primera vez que veía un jumil, sino que los había visto varios años atrás en puestos del mercado de Acatlipa, Morelos, —a unos 77 kilómetros de tierras taxqueñas— vivos y encerrados de a montón dentro de pequeñas bolsas de plástico transparente con perforaciones improvisadas para que pudieran respirar mientras les llegaba la hora de ser colocados en un molcajete y morir machacados para formar parte de una salsa que, por su penetrante olor, nunca me atreví a probar; hoy me arrepiento.
El significado de los jumiles en Taxco
Como casi todos, tengo más confianza en deglutir un pollo, pescado o res, aunque tengan una alta probabilidad de contener mercurio, hormonas o clembuterol, respectivamente, a un saludable jumil crecido bajo la hojarasca del cerro del Huixteco en Taxco, en donde este insecto hasta tiene un santuario que pocos conocen: el Templo del Jumil.
Hasta él llegan miles de habitantes a venerar y a recolectar al insecto porque desde tiempos prehispánicos, cuando por este cerro rondaban tlahuicas y chontales, a los jumiles se le consideran almas de difuntos que regresan del inframundo para convivir con sus seres queridos. De ahí que cuando la gente baja del cerro cargado con bolsas llenas de estos animales, las personas abajo les preguntan: “¿ya trae a la familia?”.
Cuando conocí a los jumiles en Taxco
Tras una larga caminata cuesta arriba, llego a la cima del más grande jumilero del mundo: la montaña del Huixteco, la más alta de la Sierra de Taxco. Es el primer lunes de noviembre, y como cada año en esta fecha, cientos de taxqueños y taxqueñas suben para recolectar y venerar a este animal de seis patas, rico en yodo, proteínas e, incluso dicen, poseedor de poderes afrodisíacos, aunque esto último no lo creo.
El Huixteco es dueño de un bosque de vegetación espesa, lo que lo convierte en un lugar algo frío. Es por eso que cuando encienden las fogatas para asar la carne que trajeron, el humo se expande y juega con los claroscuros que generan la luz del sol y los árboles. En esta atmósfera los asistentes empiezan con la remoción de la hojarasca, de las varas secas; así, poco a poco, los preciados insectos van apareciendo, a veces, en bola; otras, de uno en uno.
El rito es recogerlos estando de rodillas, más bien cazarlos. Algunos los meten a cestos como de tortillas, otros más a costales; unos 15 conformarán el relleno de un buena taco, otros 25 los machacarán vivos en el molcajete junto con chiles, tomates y ajos para hacerlos salsa; otros más serán tatemados para condimentar los platillos.
Suben familias enteras, hay bandas de música; la gente demuestra su gusto por los jumiles comiéndoselos vivos. Me doy cuenta de que los jumiles aquí no son solo un alimento, también son un elemento identitario, algo que les da arraigo, orgullo y sentido de pertenencia.
Sin más, agarré una tortilla del comal y me armé un taco de jumiles, esta vez no me quedé con las ganas.
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