Los conventos de Yucatán
Al igual que en toda América, estas antiguas ciudades dieron lo mejor de sus sillares (piedras trabajadas) para el nacimiento del nuevo mundo, pero esta nueva cultura no va a aprovechar sus formas.
Escápate un fin de semana:
George de la Selva, balneario y cenote cerca de Mérida
Siempre el hombre ha competido hasta consigo mismo, por la superación de su casa y de sus templos. Ahora el reto del hombre vencido le abruma en monumentalidad y finura, se buscará el. alarde de la técnica.
Al pueblo que admiró perplejo el santuario de la gruta, se le dará el reto constructivo del espacio interior en una o más naves que con la presencia del arco multiplica el cobijo sagrado del dios vencedor. Al arte virreinal en Yucatán es tan vasto como desconocido, tan expresivo como todo el que nace del fuerte impacto de lo opuesto. El arte virreinal en Yucatán es diferente porque sus autores y su historia son diferentes.
Los edificios no cambiarán sus usos como las mezquitas cristianizadas por los Reyes Católicos. Aquí los edificios fueron desmontados para aprovechar lo más material de su esencia: las piedras. Con éstas, sobre las plataformas indígenas se construyeron casas, conventos y templos. Nació un nuevo arte, un nuevo espíritu que fluyó de una nueva cultura aunque en otros horizontes, tan vetusta como la vida misma.
La conquista de Yucatán no terminó en 1544 con los tres Montejos y las fundaciones de Campeche, Mérida y Bacalar, sino en todo caso en 1901 con la toma de Chan Santa Cruz por el general Bravo que daría fin a la guerra de Castas. La evangelización peninsular también escribirá un capítulo muy peculiar en la conversión americana. Al igual que los clérigos de la expedición cortesiana, los padres Juan Rodríguez de Caraveo, Pedro Hernández y Gregorio de San Martín, no fueron sino capellanes castrenses sin dejar mayor huella en la obra apostólica con los neófitos.
Fray Jacobo de Tastera en 1537 y su grandes colaboradores fray Luis de Villalpando y fray Lorenzo de Bienvenida, serán quienes tracen la estrategia de penetración misionera acompañados por indígenas de México y Michoacán. Su acción fructificó en Campeche logrando pasar a Mérida y expandiendo la acción misionera a toda la península. Su filosofía debieron fundamentarla en el militarismo, como lo denota la presencia militarista decorativa efectuada en la construcción de la mayor parte los conventos yucatecos que aluden a la Jerusalén terrestre, que es copia de la celestial, y significa la lucha contra los enemigos del alma (demonio, mundo y carne).
Lograda la salvación en el efímero espacio del fin del milenio no importa que caigan cabezas y los actos de fe, como el de Maní efectuado por el celoso guardián de los indios fray Diego de Landa. La experimentación apostólica la inicia en México y la continúan en Yucatán con capillas posas y abiertas, a las que se añaden enramadas al frente de las mismas para que soporten los asistentes el inclemente sol que calcina al suelo calcáreo.
Es imponderable la cantidad de capillas abiertas erigidas en la península, y que durante el siglo XVII serán utilizadas como ábsides en las nuevas construcciones. Las espadañas coronarán las fachadas repitiendo la filigrana retadora de las cresterías mayas. Sólo habrá torres como en el resto de la Nueva España en la presencia retadora de la secularización, cuando aparecen las parroquias en su derivación catedralicia.
La expresión formal difícilmente respeta cronologías en Yucatán, la sobriedad constructiva sólo se decora por escasos relieves que apenas señalan el paso del barroco y las formas arcaizantes del siglo XVI se repiten en el XVIII. Su construcción es sincera e integrada en materiales y volumen a la región, por eso logró belleza y originalidad.
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